Los cuentos de Facundo Arana: “El tirador”

Facundo Arana (Foto: Mario Sar)
Facundo Arana (Foto: Mario Sar)

Me bajo en Palermo a las ocho de la mañana. Llegó el día de operarme. Desciendo del taxi y la mano ya me duele. Me hice el rústico y le pegué a la pared. Me salió un ganglión en el tendón, a la altura de la muñeca. Me cruzo con un tipo que viene o va a trabajar. Por el buzo, lo hace juntando la basura. O barriendo. “¿Tenés un peso para el colectivo?”."No tengo". “Daaaale, pa’ la suerte..”. “No tengo”.

Jamás pensé que ese tendón se vería de ese modo, y mucho menos que pudiera limpiarse al punto de ver su color nacarado, dentro de mi mano, mientras sube y baja cuando muevo los dedos, haciendo ruido a algo mal lubricado. Claro, la sangre que limpió el cirujano lo lubrica. Al no estar la sangre lubricándolo, hace ruido.

Pero ahí está. Lo veo por última vez mientras el cirujano sutura la herida. Al final, sobre la cicatriz pone una moneda y venda con firmeza, dando varias vueltas alrededor de mi muñeca. “¿Me va a doler el tendón que me operaste?”. “No”. “Bueno”.

Ya que todo el trato y la operación fueron rústicos, me despido algo seco y salgo a la calle.

Veinte minutos después estoy en Belgrano. Ya salí de la farmacia y tengo los antibióticos que debo tomar, más un desinflamatorio y, lo más importante, los calmantes. “Cuando tengas que tomarlos, te vas a dar cuenta”. Cirujano y la puta que te parió, te hacés el rústico y la mano me va a doler.

Empiezo a caminar por Cabildo. De pronto, todos empiezan a correr desordenadamente. Yo, quieto. Estar recién operado te coloca en un estado de vulnerabilidad muy especial. El mundo debería saber que estoy recién operado. Una hora atrás estaba mirando mi tendón. Si supieran...

Todos corren y empiezan los gritos. A lo lejos veo al hombre apuntarme. Me eligió, entre todos... ¿Justo él se dio cuenta de que estoy recién operado? Lo veo disparar, y siento que pasan muchas cosas al mismo tiempo.

El bombazo en la mano recién operada, que no me duele. Me sorprende no escuchar el tiro. Lo busco al hombre con la mirada, pero estoy perdido. Me desorienté. El segundo bombazo me pega en la espalda. Claro, la fuerza del primero me dio vuelta, por eso no lo veía, miré para el otro lado. Me tiró a mi. O quedé en el medio de un tiroteo. Por un instante me invade la bronca porque voy a quedarme con la intriga de saber qué pasó. ¿Era conmigo, o yo justo estaba ahí? Mi cuerpo se da cuenta que me queda muy poco. Nunca me había invadido un frío tan impresionante en tan poco tiempo. ¡Así que el cuerpo se da cuenta cuando va a morir! Cuántas cosas para pensar y reflexionar, ¡justo ahora que no queda tiempo! Y encima, habiéndome dado cuenta de la cercanía de mi muerte, no puedo decidir a qué o a quién dedicarle mis últimos pensamientos... Entonces, cuando alguien va a morir, ¡no se le cruza toda la vida por delante! ¿Es que no decide a qué carajo dedicarle sus últimos pensamientos?

Empiezo a caer hacia adelante. El bombazo me hizo volar como dos metros. ¿Con qué me tiró? Caigo seco con mi mano destrozada delante de mis narices. Veo el impacto justo donde estaba la moneda. Si trata de apuntar, no le hubiera pegado nunca. La moneda, claro, ya no está. El tiro la hizo volar. Cayó limpita al costado, en la avenida. Cerca de la alcantarilla.

Me veo la mano. No me duele nada de nada. Acabo de dejar de respirar, pero todavía veo. Y escucho.Y ahí está él. Mi tendón. Muevo el dedo anular igual que en el quirófano. ¿Hará ruido? Ya no escucho. Pero seguro que la sangre lo está lubricando, así que no debe hacer ruido. Ahí se acabó lo mío.

A las tres de la mañana pasa el camión de la basura. Roberto mira al piso y ve una moneda de un peso, medio sucia. La agarra. La frota en su buzo. “Un pesito pa’ la suerte”. Trabaja hasta las ocho.

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